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Todo brilla
Todo brilla por la luz Su Señor, incluso en el velo,
Si te cuentas entre aquellos
A los que los fulgores de Layla no les ciega
Con respecto a Su radiante manifestación.
Sólo el unitario conoce esto;
Sólo él sabe reconocer la igualdad en esencia
De aquello que nunca se desdobló.
Los demás tan solo perciben las cosas creadas
Como siendo existentes por sí mismas
Al margen de Su único Dueño y Señor;
Alzándose así ante ellos
Los velos de la distancia y la separación.
¡Layla, yo te amo por encima de todo,
Más allá de los atributos
De Tus formas de expresión!
Sublimemente exaltada,
Más allá de lo imaginable,
Está la dueña de mi corazón.
Mi mirada preñada está de Ella
Por un sublime desbordamiento en las luces
De Su brillante resplandor.
¡Donde quiera que mi ojo se posa
Es a Layla vislumbro, oh Tú que soy yo!
Mírame si quieres verme
Cuando me ausento
A la creación.
Aquí y ahora
En este preciso instante
Si tu mirada está limpia de “lo otro que El”
No verás más que a Hwa (Él)
Bajo la apariencia de este “yo”;
Pero no me señales
Pues entonces no seré para ti más que un velo
Interpuesto entre los dos,
Velándote así con respecto al Único que se muestra
En este puro resplandor.
En Él ya estoy muerto,
Por Él es mi manifestación,
Y no puedo dejar de verlo
Ni en los contornos ni más allá ellos,
En la vastedad del espacio donde los que aman
Disfrutan de los frutos del amor.
Si tu mirada es traspasadora, ¡enhorabuena!,
Pues el Dueño te habrá enriquecido
Con la joya de la auténtica visión
Con la que verás a los mundos declinar y alzarse
Sin que medie otra Voluntad
Que la del Único Hacedor.
En mí reside, en mí habita el objeto de mi amor,
Aquel que me colmó de luces:
La Fuente primigenia, El Originador.
Me ha matado a los mundos,
Me ha ausentado al “tú” y al “yo”
Y en su lugar a puesto algo
Que quiebra el intelecto
Y aturde de pura emoción.
Para describirlo diría:
Mi corazón ataviado de luces
Surcando el cielo de Su Perfección.
O bien: mi alma reflejada
Sobre el espejo límpido
De una pura contemplación.
Bendito sea Aquel en cuya mano
Reside todo el dominio,
Bendito sea el Dueño de todos mis instantes
Y el garante de esta inmensa condición.
Por Él soy lo que soy en cuanto a mi realidad eterna,
Por mí soy lo que soy en cuanto a contingencia y limitación.
¡Singulariza mi rango en ambos, ya rabbi,
Hazme uno con el Uno
Que no distingue entre dos!
Y a todo aquel que nos ame y siga nuestro camino,
Cólmalo de provecho y provéelo. ¡Ya rabbi!
Te lo pedimos por la verdad iláhica (trascendente)
Que reside en lo más profundo del corazón.
Y bendice al que nos trajo el recuerdo,
Muhammad el Iletrado,
Según su elevado rango
Y en la medida de su perfección.
Sin él no habría sido posible acceder
Al recinto sagrado de la intimidad,
Pues es gracias a la fijación de la Ley
Que podemos jugar a soltar este “yo”;
Lo único que nos separa de la visión cara a cara
De la Faz de nuestro Señor.