-xxv- Un canto a Salma
Amiga, ¿mecerás mi corazón adolorido cuando todo se derrumbe? ¿Me concederás algún atisbo de esa belleza que tras los velos insinúas? ¿Me arrullarás con tus melodiosos cantos? ¿Me embriagarás con los dulzores de tus efluvios? ¿Me acogerás cuando los ropajes de la enfermedad, la decrepitud y la muerte se desprendan? ¿Descorrerías Tú, Amada mía, el manto que la distancia ha tejido? No he hecho otra cosa que amarte, aún sin saber que era Ti a quien mi anhelo lanzaba sus dardos en busca de consuelo. Ahora que enfilo los imperecederos luceros tras la extinción de la llama de esta pobre existencia vivida en pos de afanes vanos, ¿querrías Tú cobijarme? ¿Me aceptarías en la alcoba de Tu intimidad? ¿Me harías finalmente tuyo? La sutileza que me mostraste bastó para dejar atrás todo mi mundo, perdiendo cualquier interés por otra cosa que no fuera adentrarme más y más en tus portentosas y magníficas luces. Tras el velo, cuando la muerte me asiente allí donde Tus fulgores despuntan, no espero sino lo mejor de Ti, Amiga. A tus amorosos brazos me encomiendo, en Tu amoroso regazo me recostaré rendido cuando llegue el desenlace, agotado y exhausto de mí mismo, para que nada sea ya por fin lo que nos separe.