Sobre la alfombra tendida
De una singular e inasible presencia,
Cual manto de flores desplegada, me recuesto ahora,
En espera del abrazo definitivo de aquella
A la que desde la distancia de mi extravío
Con febril desespero amo.
Por las heridas abiertas del dolor
Fluyen hacia sus inagotables fuentes
Las tumultuosas aguas de esta vida ya agotada;
De mi gloriosa muerte, amiga, tú serás testigo,
Cuando mis luces a tus luces se unan,
Cuando mis cantos de amor hagas tuyos,
Cuando selles, con un beso, mi fin a mi principio
Y el centro de la circunferencia se extienda
Más allá de todo horizonte concebible
Hasta relegar al olvido de su propia inexistencia
Estos pares de opuestos que de ti me velaron.
Ahora, ante la inminencia, ¡cómo te siento!,
¡Qué bien luces a mi mirada!
¡Qué olor tan penetrante!
¡Qué dulzor el de tus efluvios!
Acrecienta mi dolor, ahonda mis heridas,
Inúndame con los mares del llanto
De los amores no correspondidos,
Sumérgeme en las aguas del olvido,
Y arrebátame esta impostora vida.
Quiero estar contigo, siempre contigo,
Eternamente asido a tu pecho;
Tú y yo, solos,
Surcando el infinito.
Ámame, Ámame ahora, y acaba con esta pesadilla;
Hazme tuyo y, que de mí,
No quede rastro alguno.
(Uzman García)