Amiga mía, luz de mi corazón,
Por más que me precipite sobre los acantilados
De la sinrazón y el extravío, ahí siempre estás tú
Para restañar mis heridas y mecer mi pena.
Por más que me estrelle sobre los muros
De las viciadas tendencias que de ti me velan,
Ahí siempre te encuentro, al fondo del foso
De la desesperanza, tras la última sombra,
Tras esa oscuridad desconcertante, donde tú, amada mía,
Siempre te muestras, para prenderme y elevarme.
Entonces, hago del olvido de lo que no eres,
La luminaria que enciende la luz del recuerdo
De tu majestuosa y singular presencia,
Gracias a la cual, mi llameante ojo derrite los obstáculos
Y suaviza las formas, para que mi amada,
Al evaporarse el velo, se muestre tal cual es,
En todo su esplendor radiante.
Del éxtasis que me produjo tu desnudez, morí,
Ebrio de amor por la plenitud de tenerte;
Tú me robaste el corazón, y en ti desaparecí para siempre.
Una sola caricia fue suficiente, ¡qué digo!, no una caricia,
Sino que sólo una mira tuya bastó
Para que en ti me ensimismara y se desbordaran
Todos los dulzores de tus ocultos efluvios.
Cuando el desencuentro entre nosotros
Se hace patente, y creo que estamos separados,
Miro mi pecho y recuerdo que mi corazón ya no está,
Tú te lo llevaste aquel día, tras el feliz encuentro,
Cuando al alzar el velo, lo igual se unió a lo igual,
Para quedar sellados eternamente.
Dedicado a Layla, la mujer primigenia.
– Uzman García –
Miresuca – Roots Revival
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