Desde que acampaste junto a mis puertas
Y plantaste tu insignia dorada en la antesala
De nuestro encuentro definitivo,
El presentimiento de los gozos de la unión
Se apoderó de mí, y por ser ya incapaz
De soportar la espera tras la sutileza
De tus últimos velos, me adelanté,
Y alzándome sobre los vestigios de mí mismo
Que aún perduraban, descorrí tu manto de luces.
Tras no hallar rastro alguno de lo mío en ti,
Tras comprobar que sólo tú
Eras mi todo y mi único mundo,
Te materializaste, te hiciste forma tangible,
Trocando en alegría mis penas.
Ya no te soltaré, por más que las agudas lanzas del destino
Me ensarten, abocándome a experimentar
Todos los sufrimientos y sinsabores propios
De este inconsistente mundo;
Tú así lo has querido,
Que la sima de mis desdichas sea la alcoba
De nuestros amorosos encuentros;
No rehuiré de ti, amiga, ahora que te tengo,
Por más que los infiernos del extravío
Sobre mí se ciernan.
– Uzman García –
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