El recuerdo de aquella hora dulce,
En la que tú y yo dejamos de existir separadamente
Para fundirnos en un abrazo,
Es el bálsamo de mi apaciguado espíritu
Tras la ardua batalla en pos de ti,
Librada en incontables eones
De tenerte justo delante y, sin embargo,
No poder verte, no poder tocarte,
No poder gozarte y no poder retenerte.
Ahora, el dulzor del recuerdo tiene la preeminencia,
Relegando al olvido de su propia inexistencia
Al menesteroso que tuvo la osadía
De pretender querer alcanzarte
Cuando tú de mí, ni un sólo instante,
Alejada te hallabas.
En el núcleo sagrado del corazón
Que comprende estas verdades que aquí canto
Tú habitas; tuya fue siempre la llamada
Que el anhelo de plenitud del hombre escucha,
Y tuyos son los rincones floridos
Donde la fatigada mirada,
Cansada de tanto mirar sin ver,
Finalmente se posa para gozar en el sosiego
De tu amorosa presencia.
Vida verdadera hallé tras la muerte de lo que nunca fue,
En la plenitud de la realidad eterna
De lo que nunca dejó de ser.
De ti me alimento, en los esplendores
De tu inexpresable belleza habito,
En los fulgores magníficos de la luz de tu esencia
Alumbro mi ojo, para que jamás duerma,
Pues el olvido de ti ya no hará en mí mella nunca más,
Al haber desenraizado la ignorancia
De creerme de ti separado.
Yo soy tú.
Tal como éramos
Antes del despliegue del tiempo,
Así somos ahora;
Tal como lucíamos antes de la fractura
Del espejo de la consciencia en miríadas de fragmentos,
Ahora así lucimos.
Ya no hay en mí hueco alguno para otro que mi amada,
En la plenitud de saberme completamente extinguido
Por el desbordamiento de tus luces,
Que finalmente acabaron por arrasar
Todo lo relativo a lo que, antes de conocerte,
Yo creía que era mi mundo.
Mi mundo eres tú, y yo soy tu antorcha.
Dispón de Uzman como mejor gustes,
Pues jamás dejaré de alumbrarte,
Y allí donde me pongas
Tus luminarias por siempre
Lo prenderán todo.
– Uzman García –