
A los pies del maestro no-nacido me inclino.
Que por este esfuerzo puedan los inadvertidos recordar la realidad de su luminoso origen en el asiento de la verdad primera y última.
Cuando las circunstancias adversas como fruto maduro de haber hollado en la inconsciencia los campos de la ilusoria creencia en una individualidad separada se manifiestan, no me dejo llevar por la desesperación, sino que recuerdo que todo el ámbito de lo manifestado es luminosidad reflejada sobre el espejo de la consciencia no-dual, tras el abandono de lo que nunca fue, el “yo soy”, y la asunción de lo que nunca dejó de ser, la clara luz.
Cuando la enfermedad hace mella en este ilusorio cuerpo y se agudiza el dolor, no me dejo llevar por la tristeza, sino que, por la percepción directa de la vacuidad del que experimenta dicho sufrimiento, realizo espontáneamente el gozo en la plenitud de mi realidad trascendente y luminosa no separada de la fuente primigenia. Y de esta forma, mi sufrimiento es mi alegría.
Cuando las emociones conflictivas del odio, la envidia, los celos y la avaricia, como densos nubarrones oscurecen el sol de la presencia única, no me dejo llevar por ellas, sino que las dejo reposar en su propia nada hasta que por sí mismas se disuelven hasta revelarse majestuoso la vastedad del espacio abierto, claro y luminoso. Y de esta forma, mis tormentos psicológicos son mi disfrute.
Cuando el miedo a no tener nada, a no ser amado por nadie y a no ser una persona de relevancia alguna se agudiza, no me dejo arrastrar a la oscura sima hacia la que me empuja, sino que me elevo por encima de mi ilusorio “yo personal” hasta encumbrar las últimas estribaciones en la cima de la visión verdadera, tras haber alumbrado el ojo con las majestuosas luces que preñan la vastedad del espacio abierto de la consciencia libre de condicionamiento. Y así, de esta forma, mis miedos son mi gozo.
Cuando la muerte aceche y empiece a merodear este cuerpo fantasmagórico, no me aferraré a él, sino que tras realizar su propia inconsistencia y haberlo utilizado apropiadamente para vehicular las luces primigenias, lo abandonaré, al igual que el océano deja marchar a sus olas, para adentrarme en los fulgores que se abren en el seno de la luminosa presencia que desde siempre fue mi morada eterna. Y de esta forma, mi propia muerte es mi trascendencia.
Sin la bendición del linaje el extraordinario logro de la realización de la realidad esencial de lo que somos más allá de la apariencia sería del todo imposible, y el mérito de adherirse a él es inconmensurable.
Puedan sus nobles hijos seguir bendiciéndonos por siempre con sus preciosas joyas de sabiduría.
El mérito le corresponde a Salma, nuestra amada en todo lugar, en todo tiempo y en toda circunstancia.
an-Nur / la Luz