Mi corazón en ebullición arde – Rumi
Adaptado al español – despojosdeoccidente.org
Dormido o despierto mi corazón en ebullición arde,
Como una cacerola puesta al fuego.
¡Oh Tú! Que nos escancias el néctar
De este embriagador vino que nunca se agota,
De cada instante de mi vida emergen
Desgarradores gritos silenciosos
Que por Ti claman.
En Tu ira no hay sino bondad,
Y en Tu daño infligido no hay
Sino incontables bendiciones.
En Tu actitud evasiva no hay
Sino elocuente sabiduría.
Las palabras de aquellos a los que Tú has silenciado
No pueden ser escuchadas salvo por aquellos
Que de amor han muerto.
Yo estoy en silencio, y al mismo tiempo
En constante ebullición por Ti,
Al igual que las aguas del mar de Adén.
Comentario:
Las palabras de los sabios resuenan incomprensibles hoy en día en este páramo del espíritu en que se ha convertido occidente tras décadas de demoledores estragos democráticos. Los hombres de Dios, como el maestro musulmán Rumi, el autor de esta joya de sabiduría que estamos comentando, siempre están callados, siempre están silenciosos y contritos, aún cuando claman y rugen verdades como leones; y sólo otro león como ellos es capaz de reconocerlos.
Los sabios siempre están en silencio, sumidos en las inconmensurables profundidades de su mundo interior, desde cuyas abisales simas lo contemplan todo, imperturbables. En el océano de la presencia única se han sumergido, y no tienen necesidad de nada que no sea Él. Para ellos los mundos surcan ingrávidos el espacio de la manifestación, cual copos de lana cardada flotando en el caprichoso viento.
Todo está en una calma silenciosa, ¿acaso no puedes verlo? Si no puedes verlo es porque el oleaje de “lo otro que Él” está agitado por el caprichoso tomar y dejar de los egos impostores; cuando amaine lo que crees ser, entonces arreciará la torrencial lluvia de lo que eres, inundándolo todo.
Los hombres de Dios no tienen otra aspiración en la vida que llegar a ser lo que ya son, más allá de la pantalla sobre la cual son proyectadas las sombras de las atribuciones egocéntricas. Los hombres de Dios saben que alguien encendió una lámpara y el mundo apareció y fue visto, por lo que no pierden el tiempo en las imágenes concretas manifestadas –agradables o desagradables-, sino que las utilizan a modo de excusa para hallar en ellas la luz que las alumbra.
Allah es la luz de los cielos y la tierra
Allahu nuru s-samawati wa l-ard
Corán, Sura de la luz
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