Cuando muera y me sumerja en las sempiternas
Y cálidas arenas de Layla -mi amada eterna-,
Sin duda alguna que el esclarecido ojo de la certeza
Habrá de saber
Que esta vida mía, que ahora expira,
Fue menos que nada:
Nada más que un sueño,
La febril ilusión de haberme creído
Separado de Ella;
La febril ilusión de haberme creído
Que Ella no me amaba;
La febril ilusión de haberme creído
Que Ella de mí estaba distanciada.
¡Oh Layla! Aún antes de morir,
Tú y yo ya somos uno…
Sí…amor… uno somos;
En verdad, que siempre lo fuimos.
COMENTARIO:
Se trata de una coplilla de amor muy bonita e interesante, que un colaborador de este blog de despojos nos remite desde la felicidad y la dicha absoluta, no vírica, del desierto. Según nos comenta, allí, en las desoladas y tórridas planicies de la presencia del Uno-Único, no existe el confinamiento, pues es imposible ponerle puertas al espacio abierto e infinito. Gracias a Dios.
También nos informa nuestro amigo que, en el desierto, el silencio es atronador, y no se escucha ni el más leve susurro de los aplausos de los que celebran ser llevados al matadero, mientras todo se derrumba a su alrededor. Remontando el delicado manto de arena, lo único que se escucha es la voz del eterno silencio, junto con el roce de una cálida brisa, reconfortante y amena. Gracias a Dios.
Nosotros no tenemos necesidad de estar en el desierto para estar en la paz del desierto, pues en la Gran Paz de la Dicha Absoluta estamos, más allá de causas, circunstancias y localizaciones. Gracias a Dios que Ella nos hizo suyos, para siempre y definitivamente, hace ya incontables eones de tiempo.
Ven… ven a la paz del desierto.